Artículos de Arte

Faber est suae quisque fortunae

La estructura política en la India antigua (II)

EL REY Y SU CORTE

Como ya he comentado en el artículo del mes pasado, el rey es el soberano universal custodio del dharma, el orden sagrado que regula todo fenómeno que acontece en la vida: su presencia firme e iluminada libera a sus súbditos de la anarquía, la ley salvaje de la jungla en la que el más fuerte destruye al más débil, para conducirlos con una justicia compasiva. La conducta complaciente del rey favorece no sólo el bienestar de los súbditos, sino incluso la fertilidad de la tierra. En muchos casos, sin embargo, estas visiones ideales distaron mucho de la realidad, aunque es cierto que el monarca representó un elemento de equilibrio en un panorama social extremadamente complejo.

Los soberanos más ilustrados fomentaron la agricultura y promovieron la construcción de cisternas, pozos y canales, a cambio de los cual exigieron impuestos y detentaron importantes monopolios, como el de la sal. Las contribuciones oscilaron según las épocas entre un tercio y un sexto de los productos de la tierra y se pagaron primero en especies y luego en dinero. Al principio se usaron lingotes de plata de un peso máximo de 50 gramos, divididos por la mitad, en un cuarto y en un octavo del valor, hasta que más tarde aparecieron las pana, monedas de plata de 12 gramos, subdivididas en piezas de cobre que iban desde el 1/16 al 1/80; la unidad del valor más bajo estaba representada por un concha, el cauri o cypraea moneta. En épocas después de Cristo, circularon los dinara de oro, monedas grecorromanas equivalentes a 38 pana o, bajo los Gupta, a 16 monedas de plata.

Se aplicaban impuestos incluso sobre el ganado y el agua, la miel, la leña y otras mercancías; el pueblo pagaba, además, una tasa colectiva por el uso garantizado de servicios por el Estado, como obras de regadío, agrimensura, etc. No obstante, de la aplicación de impuestos quedaban exentos grupos enteros, como los brahmanes, a los que el rey aseguraba incluso rentas de pueblos enteros y donaciones de tierras para su explotación.

Relieve en piedra que representa la salida del palacio del príncipe Siddhārtha, Jakata de la vida de Buda en la stūpa de Sānchi número 1, siglo III a.C., Torana Norte, Pilar Oeste (frente)

El soberano residía en la capital, en un palacio fortificado que daba a la avenida real, arteria principal empedrada en la que se celebraban las paradas y los cortejos rituales. Rodeada de muros y articulada en torno a numerosos patios, la vivienda del rey se hallaba dividida en tres partes: la zona pública, que incluía los edificios del servicio y los establos; la zona privada, con el arsenal, el tesoro, los talleres reales y los apartamentos privados del soberano, entre los que se incluía el gineceo. Los ambientes tenían varios pisos, con pinturas al fresco y adornados con decoraciones preciosas, cubiertos por techos planos, curvilíneos o abombados, apoyados sobre travesaños curvados y sustentados por columnas y pilastras con motivos florales y pájaros de oro y plata.

No faltaban las bibliotecas, pinacotecas, estancias destinadas al juego, salas para la música y la danza, baños y pasajes secretos que conducían al exterior o a lugares seguros. En la estancia más importante se hallaba el trono, el mejor mueble del palacio, decorado con símbolos cosmológicos y centro ideal del mundo, un ejemplo de ello es el famoso trono del Pavo Real, construido en India y trasladado a Irán, a raíz de una conquista; otra estructura fundamental era el balcón desde el que el soberano se mostraba al pueblo una vez al día. Las insignias reales estaban formadas por el parasol blanco, la espada, las sandalias, que se dejaban en el trono en los periodos de ausencia del rey, el espantamoscas y el estandarte.

Izquierda: Diosa Madre, siglos III-II a.C. (terracota), Periodo Maurya, Museo de Mathura, India.    Derecha: Salabhan Jika, siglo II (terracota), Periodo Kushana, Museo de Mathura, India.               En ambas figuras femeninas podemos observar la vestimenta y joyería que usaban en la época.

Durante las batallas, desfiles y desplazamientos, el soberano disponía de un corcel y un elefante determinados, los cuales se alojaban en suntuosos establos, atendidos por un abundante número de palafreneros; la consideración en que se tenía a los dos animales se pone de manifiesto en la riqueza de las gualdrapas y otras exquisiteces reproducidas en los bajorrelieves que se han encontrado. Elefante y caballo constituían, junto con la cakra, la rueda símbolo del orden y del poder real, la carroza, las joyas de la corona, la reina y la riqueza, los siete tesoros del reino.

La jornada del soberano se iniciaba antes de salir el sol y estaba llena de reuniones con los ministros, los administradores y los personajes más importantes de la Corte, los embajadores y los agentes secretos, en una alternancia de audiencias públicas y privadas. Antes de la comida, el rey tomaba un baño, rendía honores a los dioses y finalmente comía; tras una breve siesta, continuaban las audiencias y reuniones hasta que, hacia el atardecer, podía dedicarse al placer: artes marciales, adiestramiento y combate de animales, partidas de dados o el ajedrez, música, pintura y, sobre todo, el recorrido por los jardines frondosos del gineceo, llenos de estanques, de quioscos para los encuentros amorosos, de pajareras, pabellones de placer, columpios y emparrados de flores. Por ellos paseaba el rey con sus mujeres, se refrescaban con los juegos de agua y asistían a espectáculos de diversos géneros. Llegada la noche, el soberano se retiraba a la cámara del lecho con la favorita de turno, que no debía ser siempre la misma. Las mujeres, que no tenían voz en la política, aunque se diera el caso de regentes de sexo femenino, vivían en el gineceo, bajo la custodia de los eunucos y de una guardia formada, al parecer, por jóvenes extranjeros, sobre todo yavana, es decir "griegos". La costumbre de la poligamia hacía que, además de la primera reina, mujer oficial y acompañante en los ritos, así como madre del heredero (al menos en teoría), hubiera princesas, concubinas y favoritas.

Escena que representa al Príncipe Kalyanakarin con sus concubinas en la Cueva número 1 de Ajanta, segunda mitad del siglo V, un Vihara budista decorado con pinturas rupestres de escenas palaciegas y monacales.

La jornada de las mujeres en el gineceo transcurría, ante todo, de cuidar minuciosamente de su belleza y de atender al soberano, distraerlo con música y danza, y a menudo participar en las intrigas y en la rivalidad entre ellas. No faltaron tampoco mujeres cultas y generosas, como se observa por la literatura y, sobre todo, por las inscripciones dedicatorias de muchos templos, hechos construir y patrocinados por reinas y princesas.

Entre los personajes más importantes de la Corte destacaban el primer ministro, el ministro de la guerra y la paz, el de justicia, el del tesoro, el purohita, es decir, el consejero espiritual del rey, perteneciente a la casta brahmánica, y el senapati, el jefe del ejército, tradicionalmente dividido en cuatro cuerpos: infantería, caballería, elefantes y carros, estos últimos caídos en desuso desde el siglo VII d.C.

El barbero también desempeñaba un papel importante, aunque seguía procediendo de los niveles más bajos del sistema de castas. Los secretarios, escribas y archiveros gestionaban el complejo aparato burocrático que el rey intentaba centralizar todo lo posible; no obstante, las aportaciones fundamentales del consejo, constituido por al menos tres ministros, templaban el absolutismo del monarca, obligado a delegar una parte de los poderes si el reino era muy grande. Bajo los Maurya, por ejemplo, el territorio real se dividió en provincias y distritos, dirigidos a su vez por gobernadores asistidos por el consejo de jefes de los principales gremios. El distrito, que podía dividirse en circunscripciones, estaba constituido por un número determinado de pueblos.

Bibliografía

Auboyer, J., La vida cotidiana en la India antigua, Editorial Hachette, Buenos Aires, 1961

Albanese, M., India antigua, Ediciones Folio, Barcelona, 2001

Publicado en Enero 2024  © Ramón Muñoz López