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Faber est suae quisque fortunae

El Jainismo

Aunque hace seis años ya publiqué un artículo sobre el jainismo (ver aquí), una antigua religión que no tiene dioses, siempre es bueno recordar algunas características que la hacen única y diferenciadora de otras más conocidas y practicadas.

El jainismo, es una de las religiones más longevas del mundo, quizá la más antigua todavía viva, parte de una visión triste y dura de la realidad: el alma está sola frente al mundo y su liberación, de las diferentes reencarnaciones, depende de su propio esfuerzo y perseverancia. Carece del apoyo de la gracia redentora o del mérito, como en el caso del budismo. El alma tiene, además, una antigüedad pavorosa. Ha recorrido todas las formas de existencia, paraísos e infiernos, ha sido insecto y tigre, elefante e higuera, y su única salida del eterno ciclo de sufrimientos es la liberación. Los jina o vencedores son quienes lo han conseguido. Esos gigantes del pasado han de ser tomados como modelo.

Dada esa situación de extrema dureza y soledad, la compasión e identificación afectiva con todas las formas de vida resulta esencial. También la devoción. Un rey jaina entró una vez en un templo, se inclinó ante la imagen de un santo y le asaltó la duda: ¿por qué inclinarse ante una estatua de piedra, que carece de vida y conciencia? Un sabio que oraba en una esquina le aclaró la duda: «La imagen del santo afecta a la mente. Si acerco un vidrio a una flor roja, el vidrio se tiñe de rojo. Del mismo modo, la mente se tiñe de aquello que ve y cambia en presencia de la imagen. Si la mente contempla al "desprendido" (nirgrantha), se tiñe de renuncia, mientras que si ve a una cortesana, le inquieta el deseo de posesión. Contemplar las cualidades nobles purifica la mente y la pone en camino hacia la bienaventuranza»

Templos jainistas de Palitana, Gujarat, India

El jainismo está dominado por dos ideas estrechamente relacionadas, una metafísica y la otra ética. La primera se puede definir utilizando el término moderno de perspectivismo. La segunda idea, exigente y difícil de cumplir para los que viven del alimento, es la no violencia (el jainismo es sin duda la religión más respetuosa con todas las formas de vida por diminutas e insignificantes que sean). En torno a estas dos ideas fundamentales se articula una tradición con más de 2.500 años de historia, netamente india y no muy extendida (tiene entre cuatro y cinco millones de practicantes), pero de notable influencia en el subcontinente, pues entre sus adeptos se cuentan muchas de las grandes fortunas del país.

El jainismo es prevédico. No deriva de fuentes brahmánicas. Su cosmología y antropología son mucho más antiguas. La invasión aria, procedente de Asia Central, no se extendió por toda el área del Ganges, sino que dejó su huella en las regiones noroccidentales del subcontinente indio. La cultura védica, que se desarrolló en el Punyab, no dominó por completo la región del curso medio del Ganges.

Los pueblos gangéticos, entre los que se desarrollaron el jainismo, el budismo y el sāmkhya, conciben el mundo como una tensión esencial entre dos principios, no necesariamente antagónicos, que ya aparecen en las upanişad tardías: el soberano Sol, sostenedor de la vida, y ese otro sol que late en el interior de la persona. La necesidad de trascender la vida encarnada se convierte en el nuevo ideal, de ahí la distancia respecto a la visión védica. Pārśva (vigésimo tercer tīrthańkara) y sus sucesores se liberaron de los deseos y temores para alzarse hasta un mundo situado más allá de las vicisitudes del tiempo. Lo mismo harán, con medios menos estrictos, Buda y sus seguidores. El ideal de liberación (mokşa) va tomando forma. La síntesis entre el mundo védico y el gangético dará lugar a lo que hoy llamamos hinduismo.

 Tirthankara Jaina, esculpido en la roca, Gwalior, India

El jainismo fue un factor decisivo en los orígenes del budismo, además de un interlocutor constante de esa tradición. Gautama Buda vivió con los nirgrantha y compartió con ellos su ascetismo, ejercitándose en la renuncia a través del ayuno, que es el eje alrededor del cual gira la práctica jainista. El budismo se define en gran medida por contraste con la doctrina de Pārśva, que en aquella época era ya antigua y minoritaria. Con el tiempo, Gautama se distanciará de esa vía y se centrará en los estados meditativos. Mientras que el jainismo es fundamentalmente privación (tapas), el budismo es sobre todo meditación (dhyāna) y mantiene una actitud moderada frente al ascetismo.

Según ciertos registros históricos, el jainismo fue fundado por Mahāvira (vigésimo cuarto tīrthańkara), contemporáneo de Buda, en torno al siglo VI a.C. Pero Mahāvira no fue el primero, sino el último de una larga serie de «hacedores de vados» (tīrthańkara) que llevaban enseñándolo desde el origen de los tiempos. Se los llama así porque son los que ya cruzaron a la otra orilla y, con su presencia e instrucción, muestran a otros el camino. La tradición reconoce a veinticuatro de estos hacedores de vados. El tīrthańkara es pues quien abre una vía espiritual y muestra el camino a la liberación.

En el arte, los tīrthańkara muestran la sublime transparencia de un cuerpo purificado y simbolizan la victoria de lo trascendente sobre lo encarnado. El aliento de los tīrthańkara, dice la tradición, es como el aroma de los lirios acuáticos, pues su hermoso cuerpo despide una fragancia maravillosa.

Izq.: Mahāvīra (Tirthankara Jaina nº 24), siglo XII, Pizarra, Museo Príncipe de Gales, Mumbai

Drcha.: Tirthankara Jaina, Mármol, Museo Príncipe de Gales, Mumbai, India

Antaño, los monjes jainistas iban completamente desnudos, «ataviados de cielo» (digambara), pero tras una reforma accedieron algunos a «vestirse de blanco» (śvētāmbara). De ahí que ahora mismo cohabiten las dos vertientes de los jainas en la India. Los budistas llaman a los jainistas por su nombre antiguo, nirgrantha, "desprendidos", por no estar sometidos a ningún lazo o atadura. Los más conservadores van «ataviados de cielo» (digambara), pues consideran que el verdadero asceta no sólo es insensible al hambre y la sed, sino que tampoco se aferra a la propia vestimenta y andan completamente desnudos. Otros, adaptándose al contacto con la población laica, visten túnicas blancas, son los śvētāmbaras.

Hay actitudes en la vida que al morir llevan a un destino u otro. Normalmente, la generosidad y la valentía propician un destino divino; la cobardía, uno animal; la crueldad y la violencia, uno infernal, y la moderación en la conducta ética y moral, uno humano. El símbolo de la esvástica que podemos ver en los templos jainistas, con sus cuatro brazos acodados, representa los cuatro destinos posibles de la vida consciente.

Por ello, el jainista aspira a liberarse de todo lo que no es su naturaleza esencial: el egoísmo, la pasión, el lenguaje, la ignorancia, y considera que el ser es puro conocimiento y visión infinita; la liberación se alcanza en el lugar donde, en palabras de Mahāvira, "todos los sonidos se apagan, donde no hay lugar para la especulación, y donde la mente no puede penetrar. El liberado no es grande ni pequeño, ni circular o triangular … no es negro… ni blanco… es sin cuerpo, sin contacto con la materia, no es femenino ni maculino ni neutro; percibe, conoce, pero no existe una analogia posible, su esencia es sin forma; no hay condición para lo incondicionado".

Bibliografía

Arnau, Juan, La mente diáfana, Editorial Galaxia Gutenberg, Barcelona 2021

Un libro muy recomendable sobre la historia del pensamiento indio.

Publicado en Junio 2023 © Ramón Muñoz López