Artículos de Arte

Faber est suae quisque fortunae

La estructura política en la India antigua (I)

"Considero que mi deber es el bien de todo el mundo", Aśoka, Edicto grabado en roca.

EL ESTADO Y EL REY

El conocimiento principal de la estructura política sobre esta materia es el Arthaśāstra o "Ciencias de los intereses", atribuido a Kautalya o Chanakia Pandit (350-283 a.C.), que pasa por haber sido ministro del fundador de la dinastía Maurya, Chandragupta (siglo IV a.C.). Y aunque ya se conoce que ese texto podía ser puramente teórico, concuerda o diverge con informaciones de diversos orígenes: los relatos de Megástenes, embajador ante ese mismo emperador, las inscripciones de Aśoka, ciertos pasajes del Mahābhārata y del Ramāyāṇa, así como varios tratados de política probablemente escritos en tiempo de los Gupta (siglos IV-V d.C.). Por tanto, es una visión ideal, más o menos corregida por otros, que no se puede abordar sin espíritu crítico.

El principio del Estado se asienta en la persona del rey. Pero, aun cuando esto existe en las épocas en que el poder está bien centralizado, ese axioma cubre realidades muy diversas. Si es inconcebible para la India antigua que un Estado pueda estar desprovisto de rey (lo que engendra inevitablemente la anarquía, una situación insoportable), no es menos cierto que hasta el siglo V existieron suertes de república en ciertos clanes o tribus. La anarquía, que causó estragos varias veces en el milenio que nos ocupa, está liricamente descrita con sus consecuencias en el Ramāyāṇa (II, 57): "la lluvia no cae más y no fecunda más el suelo, el hijo no honra más al padre, ni la esposa al marido, los hombres no se reúnen más en asambleas, los ricos no están más protegidos contra el robo, los campesinos echan el cerrojo a sus puertas, y el país se parece a un río seco, a un bosque sin hierba, a un rebaño sin pastor".

Pero, desde el momento que existe un poder central, el rey resume en él no sólo los derechos y los poderes, sino también el tiempo y la prosperidad del suelo. El rey, "hacedor del tiempo", comparado con el sol, debe acoplarse a un horario estricto, a fin de mantener el orden cósmico en su regularidad. Asimismo, para fecundar la tierra cultivable, el rey tiene la costumbre de asistir, al comienzo de la primavera, a la partida de los arados en sus dominios; él mismo participa en ella y empuña la esteva de uno de ellos con la mano izquierda, a la par que guía a la yunta con un látigo de cabo de oro que lleva en la otra mano; abre así el primer surco de las futuras cosechas de todo el reino, imitado luego por sus dignatarios y sus propios campesinos. En tanto que hay una relación evidente entre el rey y el cultivo, puesto que se afirma, cuando las cosechas son malas, que la razón está en la injusticia del soberano, la prosperidad colectiva descansa, pues, en la excelencia de su gobierno y de su conducta personal. Así es en efecto, ya que por una suerte de contrato más o menos explícito, debe merecer su trono por sus propias cualidades y ante todo tener el deseo de agradar a su pueblo aplicando la ley. La educación muy esmerada que le han dado, debe teóricamente disponerlo a ello y hacer de él un conquistador, estado ideal de todo monarca hindú. Es convincente que esta tipología convencional no se ha realizado siempre, y en muchas fuentes (desgraciadamente sin carácter histórico) se citan casos de malos reyes, lujuriosos, saqueadores y ladrones, que faltan a su palabra, sometidos a la influencia exclusiva de sus cortesanos o de su propia familia. Sin embargo, el tipo habitual es el moderado, más bien benigno que déspota; aquel que se esfuerza por ser sosegado y desempeña esencialmente el papel de un protector.

Izquierda: Ejemplar moderno del Arthaśāstra escrito por Kautalya, donde se dan las leyes del buen gobierno.  Derecha: Capitel de Aśoka en Sarnath, hacia 250 a.C., Sarnath Museum, India

Transmitida por vía hereditaria (que es la norma) o atribuida por elección, la realeza se confiere con el ritual de la coronación, que transfiere al príncipe entronizado la soberanía, la estabilidad del poder, la abundancia y las riquezas, y hacen de él una encarnación de los dioses entre los hombres. Es creencia corriente que el rey es un ser predestinado, hasta cuando adquiere la calidad de rey por herencia. Su derecho divino no es discutible, sobre todo en las épocas imperiales; pero es moderado por dos hechos: la preeminencia afirmada de la casta sacerdotal de los brahmanes y la aplicación conforme de la ley, a la cual el pueblo tiene derecho. Por eso, cualquiera que haya sido el prestigio real en la India, el derecho divino jamás llevó a una verdadera teocracia. Hay un punto que merece ser indicado: al parecer, la monarquía absoluta jamás existió en la India y el hecho de poseer el poder central, no privó a los reyes vasallos de sus cualidades soberanas y divinas en sus respectivos territorios; el emperador sólo habría gozado de una soberanía y de un carácter divino aún más grande y sin duda por eso la mayoría ejecutó ritos imperiales, para afirmar su superioridad sobre los reyes a quienes habían sometido a su autoridad.

Sin embargo, si el orden y la prosperidad descansan en el rey, elemento esencial del Estado, éste no posee (al menos en teoría) poderes discrecionales, pues no podía gobernar sin el apoyo de los ministros y de la asamblea que representa al pueblo y a los funcionarios. Unos y otros tienen sólo una voz consultiva; pero, en ciertos momentos, parece que tuvieron suficiente peso para deponer al soberano, juzgado malo o inepto: los relatos budistas contenidos en los Jataka hacen varias alusiones a tales deposiciones; aun cuando esos cuentos no tengan ningún carácter histórico, no por eso dejan de reflejar, sin duda, situaciones de hecho que se produjeron en la India del norte en épocas anteriores al año 1 d.C.

La función real comporta cargas y deberes destinados a proteger al reino contra toda agresión armada, así como la vida de los súbditos, sus propiedades y las costumbres tradicionales; a mantener la pureza de la casta y la integridad de la familia; a asegurar la existencia de la viuda y del huérfano; a suprimir el bandolerismo y la opresión; a velar por la buena irrigación de las tierras y por el desarrollo de la vida económica; a combatir la carestía; a dar pruebas de generosidad y tolerancia hacia las órdenes religiosas, sean cuales sean. En una palabra, el rey ideal está al servicio de su pueblo, cuya felicidad debe ser su propia felicidad. Es fiable que los soberanos de la India se esforzaron lo más a menudo por acercarse a ese ideal: "Todo hombre es hijo mío", proclamaba ya Aśoka, y seguía: "Como para mis hijos, deseo que tengan bien y felicidad en este mundo y en el otro; eso es también es lo que deseo para todos los hombres."

Los Edictos rupestres de Khalsi, son un grupo de inscripciones rupestres indias escritas por el emperador indio Ashoka hacia el año 250 a.C.. Estas inscripciones contienen todos los Edictos Rupestres Mayores, del 1 al 14. Fueron descubiertas en Khalsi, un pueblo de Uttarakhand, en el norte de la India, por Alexander Cunningham hacia 1850.


Para ejecutar ese programa, el rey debe poseer cualidades precisas y saber rodearse de consejeros capaces. Jefe supremo del ejército, ha de estar capacitado tanto en la ciencia militar como en la diplomacia. Para mantener el orden, tiene que hacer pronta justicia y estar personalmente informado de todo cuanto ocurre en sus Estados; con ese efecto mantiene "espías" que le dan cuenta, en todo lugar, de su misión, Aśoka los recibía a cualquier hora:

"En todo momento (dice en uno de sus famosos edictos) ya esté comiendo, en el gineceo, en mi habitación, en la alquería, en un vehículo, en los jardines, por doquier los informantes (presentes) deben informarme de los asuntos públicos, y por doquier me ocupo de los asuntos públicos. Y cualquier orden que doy verbalmente, relativa a una donación o a una proclama, y por otra parte todo asunto urgente que se confía a los superintendentes, si hay sobre ellos alguna discusión o deliberación en el consejo, se me ha de informar, por doquier, en todo momento: tal es mi orden."

En efecto, los emisarios reales tenían prioridad para ser introducidos allá donde quiera que se encontrara el rey. Por esa razón hacían que les dejaran paso gritando: "Mensajero! ¡Mensajero!" lo que tenía como efecto inmediato que la gente se apartara y se abrieran las puertas ante ellos. Su llegada a palacio era un espectáculo frecuente, justificando la descripción que se da en muchos relatos. Bana, principalmente, describe así uno de ellos:

"Tenía las piernas pesadas y cansadas por un largo viaje. Su túnica estaba estrechamente apretada por una banda de tela cubierta de polvo, cuyo nudo colgaba, medio deshecho y atada con un trapo roto que le flotaba por detrás. Llevaba la cabeza rodeada con un legajo de cartas apretadas por grueso lazo."

Los reyes y sus gobernadores sólo podían comunicarse entre sí por medio de esos valerosos corredores gracias a los cuales las noticias les llegaban en un mínimo de tiempo y les permitían llevar una política interior y exterior como mejor convenía a sus intereses.

Sin embargo, el rey no administraba solo su reino, gobernaba con el apoyo de sus ministros y de una asamblea popular y política. Aun cuando ésta existía ya en los tiempos védicos, se conoce mal su composición, y parece haber sido bastante variable, pues debió restringirse en diversas ocasiones a un simple consejo privado.

Bibliografía

Auboyer, J., La vida cotidiana en la India antigua, Editorial Hachette, Buenos Aires, 1961

Publicado en Diciembre 2023  © Ramón Muñoz López