Artículos de Arte

Faber est suae quisque fortunae

Las Poesías de Ticiano

Este artículo viene a propósito de la actual Exposición del Museo del Prado, titulada Las Poesías de Ticiano. Se llaman poesías, dentro del conjunto de la obra de Tiziano, a un grupo de pinturas de tema mitológico en contraposición de los temas históricos o devocionales, que llevó a cabo el artista para Felipe II entre 1553 y 1562. Es posible que el monarca (entonces Príncipe) y el pintor acordaran la realización de estas piezas en Augsburgo, donde se sabe que éste se reunió con la corte imperial a instancias de Carlos V, en 1551, y aunque no se tiene claro quién de los dos tuvo la iniciativa, la historiografía apunta a Tiziano, por sus cartas a Felipe II, aunque éste -versado en mitología- tuvo también un papel clave en la génesis del proyecto.

El monarca ya estaba familiarizado con otros trabajos mitológicos de Tiziano, probablemente con la Venus acompañada de Cupido que el pintor regaló a Carlos V en Augsburgo en 1548, actualmente en el Museo del Prado, y con una versión de Marte, Venus y Cupido (1550), pieza que actualmente se conserva en el Kunsthistorisches Museum vienés. En esta última obra destaca la similitud entre la postura de la diosa y la de Dánae correspondiente a las poesías.

Tiziano Vecellio - Marte, Venus y el Amor, hacia 1550 (óleo sobre lienzo), Kunsthistorisches Museum, Viena

Las poesías las desarrolló Tiziano desde un enfoque iconográfico abierto inspirándose en las Metamorfosis de Ovidio, y sin pensar en que se destinasen a un espacio concreto, de ahí las dimensiones de los lienzos.

Los seis lienzos que componen las poesías son: Dánae (en la Wellington Collection, Londres, aunque ya pintó una versión entre 1545-46 que está actualmente en el Museo de Capodimonte, Nápoles, y otra posteriormente entre 1560-65, que Velázquez compró en Italia y está en el Museo del Prado), Venus y Adonis (en el Museo del Prado), Perseo y Andrómeda (en la Wallace Collection, Londres), Diana y Acteón y Diana y Calisto (de la National Gallery of Scotland depositados en la National Gallery de Londres) y El rapto de Europa (en el Isabella Stewart Gardner Museum, Boston).

Se deben entender estos lienzos más como el resultado de una conjunción de intereses entre Felipe II y Tiziano que como fruto de la mera voluntad del pintor, que aunque frecuentemente regaló trabajos a sus patronos podemos suponer que no llevaría a cabo por su cuenta un proyecto de esta envergadura. Es factible que el rey le encargara en Augsburgo una serie de pinturas mitológicas y le diera libertad para elegir los temas y su plasmación.

Ello explicaría, por ejemplo, que en septiembre de 1554 Tiziano anunciase a Felipe II la realización de Medea y Jasón, que no llegó a ejecutar, y que en junio de 1559 aludiese a una muerte de Acteón que no pintó para nuestro rey pero sí para un destinatario no conocido (actualmente se encuentra en la National Gallery londinense).

Tiziano Vecellio - La muerte de Acteón, hacia 1559-75 (óleo sobre lienzo), National Gallery, London

Si la pareja de lienzos formada por Dánae y Venus y Adonis fue planteada como demostración de la tridimensionalidad de la pintura, con Perseo y Andrómeda anuncia un nuevo punto de vista. En esta y su compañera, El Rapto de Europa, los escorzos son más acusados y las figuras abandonan la disposición paralela al plano pictórico. Lo cual hace que las composiciones ganen profundidad.

En Diana y Acteón y Diana y Calisto, Tiziano quiso enfatizar un amplio elenco de posturas y emociones, además de la sorpresa de Acteón ante la desnudez de Diana, en línea con las representaciones de afectos habituales entonces en Italia. Aquí, las dos escenas acrecientan lentamente su dramatismo y la paleta se oscurece; las pinceladas son cada vez más breves y deshechas y el pigmento menos puro. El resultado es un tratamiento más emocional de los temas.

En El Rapto de Europa y Venus y Adonis, Ticiano se apartó del texto canónico de las Metamorfosis de Ovidio, que había seguido en las otras obras, y deja a su imaginación plasmar en el lienzo la escena.

Es evidente que este ciclo fue concebido como una demostración de ingenio destinado a un patrono que podía apreciarlo. La elección de uno u otro tema era irrelevante, más allá de su naturaleza fabulosa y de que permitiera la visualización de ciertas ideas estéticas. Que no se realizasen para un recinto determinado y preexistente (el rey no poseía entonces una residencia estable) pudo tener consecuencias estéticas: Tiziano se preocupaba por las condiciones lumínicas de los espacios donde se colgarían y la falta de referencias en ese sentido podría explicar la uniformidad lumínica de estos trabajos: las figuras apenas proyectan sombras.

Tras su llegada a España, posiblemente las poesías colgasen juntas en el Alcázar de Madrid, donde se las sitúa ya en el siglo XVII. Puede que se ubicaran en las estancias adyacentes a los jardines, lugar de exhibición habitual de las pinturas mitológicas dentro y fuera de nuestro país. Ahora, con la Exposición del Museo del Prado, podemos volver a verlas juntas en Madrid para deleite de los sentidos.

Veamos ahora los pasajes de las poesías en las Metamorfosis de Ovidio:

Tiziano Vecellio - Dánae, después de 1554 (óleo sobre lienzo), Kunsthistorisches Museum, Viena

Tiziano Vecellio - Dánae recibiendo la lluvia de oro, 1560-61 (óleo sobre lienzo), Museo del Prado, Madrid

Dánae

Cuando Acrisio preguntó a un oráculo sobre su descendencia, el dios le respondió que de su hija nacería un niño, y que este lo mataría. Temeroso, Acrisio construyó bajo tierra una cámara de bronce con un pequeño hueco en techo y encerró allí a Dánae. Zeus transformado en lluvia de oro, desciende por el hueco hasta el seno de Dánae uniéndose a ella (este es el momento que pinta Ticiano). Más tarde, cuando Acrisio supo que había dado a luz, puso a su hija y al recién nacido (Perseo) en un arca y los arrojó al mar. Cuando el arca arribó a Sérifos, Dictis los sacó de ella y se ocupó de criar al pequeño.

Tiziano Vecellio - Venus y Adonis, 1554 (óleo sobre lienzo), Museo del Prado, Madrid     

Venus y Adonis

Adonis ese hijo de la hermana y abuelo de Venus, es ya un joven hermoso que gusta a la diosa... Estaba Cupido, el niño de la aljaba, dando besos a su madre, Venus, cuando sin darse cuenta, le rozó el pecho con una saeta que sobresalía. La diosa herida apartó la mano a su hijo, y cayó enamorada de Adonis, al cual, se une y se convierte en su compañera.

Le aconseja a Adonis que cuando vaya de caza "sea osado con los animales que huyen; en cambio, es peligroso ser audaz contra los audaces". En este punto, Venus se aleja por los aires conducida por un grupo de cisnes. Pero el valor de Adonis se subleva contra los consejos. Sucede entonces que sus canes, siguiendo un rastro seguro, sacan de su escondite a un jabalí. Cuando este se dispone a abandonar la espesura, el joven lo alcanza con un dardo sesgado. Al instante se arranca feroz el verraco, con su corvo hocico, y se lanza en persecución de Adonis. Este, aturdido, trata de buscar refugio, pero el animal le hunde los colmillos enteros en la ingle y lo derriba moribundo sobre la azafranada arena.

Venus desde lo lejos reconoce los gemidos del agonizante y hace girar a las blancas aves en aquella dirección. Desde lo alto del cielo reconoce el cuerpo sin vida y tinto de sangre de su amado. Salta a tierra, mesándose los cabellos y quejándose de su destino dice: "Por siempre, Adonis, subsistirá el recuerdo de mi dolor, y una vez tras otra se representará cada año tu muerte. En cuanto a tu sangre, se convertirá en una flor (así se creó la flor de la anémona)"

Tiziano Vecellio - Perseo y Andrómeda, 1554-56 (óleo sobre lienzo), The Wallace Collection, London

Perseo y Andrómeda

Perseo, recogiendo sus alas, las sujeta a sus pies, se ciñe su curva espada y surca el aire claro con sus sandalias volátiles. Atisba los pueblos etíopes y los territorios cultivados del rey Cefeo. Allí, el injusto Amón había ordenado que la inocente Andrómeda pagase la culpa de su madre deslenguada (Casiopea). Tan pronto como Perseo la vio con los brazos atados a las duras rocas (parecía una estatua de mármol si una brisa no moviese sus cabellos y unas tibias lágrimas no manasen de sus ojos), sin darse cuenta se enamoró y quedó atónito: arrebatado por la belleza que veía, casi se olvidó de agitar las plumas de sus sandalias en el aire.

El héroe pregunta a la joven quién es y, cuando ella está relatándole su historia, surge del mar una bestia marina. Entonces, Perseo se dirige a Cefeo y Casiopea, que están allí presentes, para pedirles la mano de su hija, si logra liberarla, y ellos, como es lógico, se la conceden.

Atacaba la fiera, cuando de repente el joven, tomando impulso desde la tierra con sus pies, se elevó hacia las nubes. Al hacerse visible su sombra sobre la superficie del mar, la fiera la descubrió y entró en cólera. Él, lanzándose de cabeza a través del vacío en un rápido vuelo, (este es el momento que pinta Ticiano) se colocó en el lomo de la fiera aulladora y le clavó en el hombro derecho su garfio curvo.

La bestia se debate, y Perseo vuelve a herirla hasta darle muerte. Cefeo y sus súbditos aclaman al vencedor, mientras que la joven avanza, liberada de sus cadenas. El héroe cuida de que no se estropee la cabeza de Medusa que porta consigo: la coloca sobre unas plantas acuáticas que, al entrar en contacto con ella, se transforman en coral. Finalmente, se organiza un sacrificio, seguido de un banquete.

Tiziano Vecellio - Diana y Acteón, 1556-59 (óleo sobre lienzo), National Gallery, London

Diana y Acteón

Existía un valle, llamado Gargafia, poblado de resinosos pinos y puntiagudos cipreses; estaba consagrado a Diana, y en su parte más remota presentaba una cueva selvática: la naturaleza, con su propio ingenio, había imitado las creaciones humanas, pues con piedra pómez y ligeras tobas había formado un arco natural. A la derecha resonaba una pequeña fuente cristalina, que surgía de lo hondo rodeada de hierba: era en sus aguas transparentes donde la diosa de los montes, agotada por la caza, solía sumergir sus virginales miembros.

Una vez que llegó allí la diosa, entregó a una de sus ninfas, la jabalina, la aljaba y el arco, ya destensado. Otra tomó en los brazos su manto y la más sabia, Crócale, le recogió en un moño los cabellos esparcidos por el cuello. Entre tanto, Néfele, Híale y Ránide sacaban agua, y Psécade y Fíale, la vertían en grandes vasijas.

Empezó Diana a bañarse como acostumbraba, cuando Acteón, el nieto de Cadmo, una vez abandonadas sus ocupaciones, llegó, caminando al azar con pasos inseguros por la desconocida arboleda, hasta el bosque sagrado: así lo quería su destino. Tan pronto como accedió a la cueva humedecida por el manantial, las ninfas advirtieron su presencia y, desnudas como estaban, golpearon sus pechos y atronaron el bosque con sus gritos, mientras que se colocaban alrededor de Diana para ocultarla tras sus cuerpos.

El color que toman las nubes cuando son alcanzadas por el Sol o por la rojiza Aurora, ese mismo fue el que tiñó el rostro de Diana cuando se sintió contemplada sin vestiduras. Aunque la rodeaban sus muchas compañeras, se echó a un lado, volvió la cara hacia atrás y, como si buscase sus flechas, cogió las armas que tenía a mano, las aguas, y salpicó el rostro del hombre. A la vez que le alcanzaba los cabellos con esas gotas vengadoras, pronunció las siguientes palabras, anuncio de desgracia: "Ahora podrás contar, si eres capaz de hacerlo, que me has visto desnuda".

No fueron necesarias más amenazas: enseguida hizo crecer sobre la cabeza rociada unos cuernos de ciervo longevo, le alargó el cuello y dio forma puntiaguda a sus orejas, su cuerpo se cubrió de una piel moteada y quedó transformado en un ciervo. Tras lo cual, descubierto por sus perros y sus compañeros, estos acaban dándole muerte.

Tiziano Vecellio - Diana y Calisto, 1556-59 (óleo sobre lienzo), National Gallery, London

Diana y Calisto

El padre todopoderoso (Júpiter) recorre las amplias murallas del cielo y dirige su mirada a la tierra, allí queda prendado de una doncella de Nonacris, y la pasión penetra y arde bajo sus huesos. No se ocupaba esta de suavizar la lana cardándola, ni de cambiar de peinado sus cabellos; por el contrario, sujeto su vestido con una fíbula y atada su descuidada cabellera con una cinta blanca, cogía en sus manos, ya una alisada jabalina, ya el arco, y era una guerrera de Febe (Diana). Ninguna, entre las que recorrían el monte Ménalo, fue más querida que ella por la Trivia (Diana).

Se hallaba el sol, en las alturas, cuando ella penetró en un bosque que nunca se había talado. Quitó de sus hombros la aljaba, destensó el flexible arco y se tendió en la pradera con el cuello descansando sobre el labrado carcaj. Cuando Júpiter la vio cansada e indefensa, musitó: "Al menos de esta aventura no se enterará mi esposa, y, si se entera, ¡cuánto merecen la pena sus reproches en este caso!".

En el acto toma la figura y la vestimenta de Diana, y dice: "Oh doncella, tú que formas parte de mi cortejo, ¿en qué colinas has estado cazando?" La joven se levanta del césped y responde: "Salud, diosa, tú que eres superior a Júpiter, en mi opinión, aunque él mismo me oiga". Él se ríe al escucharla, se alegra de que le prefiera a él mismo y le da en la boca besos desenfrenados, impropios de una virgen. Cuando ella se dispone a contarle en qué selva ha estado cazando, él se lo impide con sus abrazos y revela su identidad culpable. Ella, desde luego, luchó entonces cuanto pudo (ojalá la hubieras visto, Saturnia (Juno), pues hubieras sido más benévola!); pero ¿a qué hombre puede vencer una muchacha, y quién podría vencer al gran Júpiter? Triunfador se encaminó el dios al cielo. Ella, en cambio, aborreció aquel bosque y su espesura, testigos de su secreto, y al marchar de allí casi olvidó recoger la aljaba con las flechas y el arco que había colgado.

Se une al cortejo de Diana y apenas levanta los ojos del suelo, y no va junto a la diosa, como antes solía, ni precede en su marcha al tropel entero. Por el contrario, permanece callada y, al enrojecer, da muestra del ultraje que ha sufrido.

Reaparecían los cuernos de la luna por vez novena, cuando la diosa, fatigada de cazar bajo los fuegos de su hermano (Apolo), encontró una refrescante espesura, donde se deslizaba murmurando un arroyo que removía límpidas arenas. Encantada con el lugar, exclamó: "Ningún testigo hay cerca. Bañemos nuestros cuerpos desnudos sumergiéndolos en las transparentes aguas". Enrojeció entonces Calisto; todas se despojan de sus ropas, y ella sola remolonea. Viéndola vacilar, le quitan el vestido, y, una vez sin él, a la vez que su cuerpo desnudo queda manifiesta su falta. Mientras que ella, sobrecogida, intentaba ocultar el vientre con sus manos, la Cintia (Diana) le dijo: "Vete lejos de aquí y no mancilles esta sagrada corriente!". Además, le ordenó apartarse de su cortejo.

Tiziano Vecellio - El rapto de Europa, 1559-62 (óleo sobre lienzo), Isabella Stewart Gardner Museum, Boston

El rapto de Europa

Júpiter se viste con la apariencia de un toro, muge mezclado con los novillos y va de un lado para otro, espléndido, sobre la verde hierba. Tiene, desde luego, el color de la nieve; en su cuello sobresalen los músculos; entre las patas delanteras le cuelga la papada, y, aunque sus cuernos son sin duda pequeños, se podría asegurar que son perfectos y más resplandecientes que una gema purísima.

Júpiter le ofrece a Europa los cuernos para que en ellos entrelace guirnaldas de frescas flores. Se atrevió la regia virgen a sentarse sobre el lomo del toro, sin saber a quién montaba. En ese momento, el dios empieza a abandonar la tierra y la playa seca, pone las huellas de sus fingidas pezuñas entre las olas y, finalmente, se aleja y lleva su botín por las llanuras de alta mar. Ella, presa de espanto, se vuelve a mirar la playa que ha dejado atrás al ser raptada. Su mano derecha se aferra a un cuerno mientras que coloca la izquierda sobre el lomo, y sus ligeros vestidos ondean con la brisa.

Si quieres más información sobre cada obra, el Museo del Prado ha realizado unos vídeos explicativos de las mismas que se pueden ver en Youtube.

Bibliografía

Elvira Barba, M.A. y Carrasco Ferrer, M., Los Mitos en el Museo del Prado, Escolar y Mayo Editores, Madrid, 2018

Ovidio, Metamorfosis, Ed. Cátedra, Madrid, 2007

Publicado en Mayo de 2021  © Ramón Muñoz López